Tokio 1966, prostitución, delincuencia y más (Revista Life)

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Tokio 1966, prostitución, delincuencia y más (Revista Life)

El Japón de 1964 también vivía una fase de moralidad. No todo era el mejoramiento de la ciudad y los lugares olímpicos, también había que cambiar el comportamiento de sus ciudadanos; la principal imagen del pueblo ante el escenario internacional. Esto significaba controlar actividades como la prostitución y la recreación masculina, la cual es muy solicitada sobre todo cuando los hombres se encuentran de viaje.

 

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A la par de los avances en las obras, las autoridades lanzaron una cruzada para revertir vicios en la vida japonesa que suelen atraer mayormente a los turistas masculinos. Ya anteriormente, Japón había aprobado medidas semejantes. En 1958 adoptó una ley para controlar a la profesión más antigua del mundo. Para algunos expertos, la moralidad nipona era tan o más cerrada que la Inglaterra victoriana antes de la Segunda Guerra Mundial. Tras su derrota, sufrió la misma situación que la Alemania de Weimar, donde proliferaban prostíbulos y lugares de satisfacción erótica como los famosos cabarés y hoteles de paso.

¿Casas de té con masajes?

Baños comunales en Tokio.

La legislación de 1958 prohibió la prostitución, pero esto sólo causó un próspero comercio clandestino de placeres y, por tanto, que se multiplicaran los casos de enfermedades venéreas  Lee Griggs, el enviado de Life a Tokio, nos cuenta  en su artículo titulado «La carrera olímpica de los preparativos», que el famoso y viejo barrio de Yoshiwara, antes pletórico de lugares para el placer, en 1963 sólo quedaba un lugar que se hacía pasar como «baño turco, al estilo francés». ¿Saben cuántas mujeres tenía este establecimiento? Cinco mil mercenarias que ofrecían sus servicios a través de intermediarios. Otras 10 mil trabajaban por su cuenta en otras partes de la ciudad, pero siempre teniéndolo como base de operaciones.

 

Ponto-Cho, un barrio donde se encontraban las geishas.

Era obvio que la política no pudo contener este mercado, así que las autoridades ordenaron a «los propietarios de este tipo de casas de baño -donde el baño es a veces sólo un detalle incidental, que sus masajistas vistan túnica larga en lugar del bikini que usaban tradicionalmente. También se les forzó a instalar ventanas en los cuartos de masajes y que dejen las puertas bien abiertas», escribió Griggs. «Determinadas y bien conocidas farmacias podrían seguir vendiendo pildoras para excitar o calmar, pero durante el año olímpico se les prohibirá que practiquen su lucrativo tráfico de ciertos artefactos de lo más esotéricos e ingeniosos, los cuales gozan de gran popularidad entre los turistas».

¡Aguas, carterista!

Los problemas de la postguerra aún no estaban del todo solucionados en el país, y la delincuencia era una muestra palpable, sobre todo por los carteristas, cuyas legiones infestaban muchos barrios de Tokio. El gobierno municipal ordenó para esto, el despliegue de 5 mil policías desde un año antes de las ceremonias olímpicas. Estos estaban instruidos en tácnicas artemarcialistas para enfrentarlos, pues solían agredir o avasallar a sus víctimas con cuchillos y navajas. En la actualidad, esto sigue siendo un dolor de cabeza para las autoridades, sólo que ahora operan en el metro capitalino y hasta han usado gases lacrimógenos para encubrir su huida.

¡Más baños para todos!

Una ciudad que huele a orina no brilla por con esta fama. La falta de baños era una preocupación más. En el Japón de los sesentas sólo había un baño para cada 12 mil habitantes (en Londres uno para cada 800). El periodista estadounidense relata de la siguiente manera la urgente planificación y construcción de baños públicos. En la olimpiada de China en 2008, este también era un problema urbano que fue solucionado con la construcción de baños en cada cuadra del distrito central de Beijing, disponibles al público sin costo alguno.

«La Asociación Japonesa de Arquitectos ha ideado un excusado ambulante con equipo para atender a 13 hombres y seis mujeres. Simultáneamente se ha emprendido una campaña con base en carteles, en los que se ruega al público seriamente: Embellezcamos nuestra ciudad para la Olimpiada, escribió. «La insinuación es obvia: nadie espera que los japoneses desistan instantáneamente de practicar una curiosa y vieja costumbre, aunque ya se advierten algunos indictos de colaboración. Casi todas las noches puede uno descubrir en la zona de la calle Ginza a algún miembro de la vieja cofradía desahogándose tranquilamente. Pero ahora, por lo menos, se ve rodeado de ciudadanos respetuosos del decoro que le reprochan su conducta. Ya es un adelanto», puntualizó el reportero.