Pearl Harbor, entre el sigilo y el engaño

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Pearl Harbor, entre el sigilo y el engaño

Para Sun Tzu, autor del Arte de la guerra, ésta se orienta principalmente en el engaño. Han sido muchas las conflagraciones que se han realizado usando esa estrategia, tanto Estados Unidos como Japón, no han sido la excepción. El 7 de diciembre de 1941, las fuerzas aeronavales de este último lanzaron uno de los ataques más impresionantes del siglo XX; el  bombardeo a la base naval estadounidense en Pearl Harbor, que significó el inicio de la Guerra del Pacífico. El engaño más ingenioso es el que resulta vencedor.

 

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Más de 350 aviones KI-44 (Kawasaki) y MI A6M (Mitsubishi Zero) lanzados desde portaaviones entraron por sorpresa en esta bahía ubicada en las islas Oahu, descargando bombas, torpedos y ametrallando barcos e instalaciones a su paso. Esta incursión del ejército imperial resultó en una victoria en la que se hundió una veintena de embarcaciones, desde destructores, cruceros y acorazados, más de 180 aeronaves destruidas, 2 mil 403 estadounidenses​ muertos y mil 178 heridos.​

Aviomes cazas Zero se preparan para lanzarse en la primera oleada de ataques contra Pearl Harbor, desde el portaaviones Shokaku.

El Ejército imperial sólo perdió 29 cazas, cinco minisubmarinos, y reportó 65 bajas militares entre muertos y heridos; un ataque exitoso que el presidente Franklin D. Roosevelt calificó como una infamia. seguido de la declaración de guerra contra Japón.

Tokio se había embarcado así en una aventura bélica contra la potencia dominante en el Pacífico. Su principal objetivo era aumentar su influencia y consagrarse como principal superpoder de esa región en el planeta. Aunque la historia registra oficialmente su posterior derrota cuatro años después de enfrentamientos navales en atalones y líneas insulares oceánicas, bien valdría detenerse un poco en ver cómo se realizó esta maniobra que en su momento enorgulleció a la élite militar nipona.

¿Qué llevó a Japón a atacar a Estados Unidos?

 

En 1930, Washington apoyó la Conferencia Naval de Londres e impuso la Ley de Aranceles Hawley-Smoot. La primera aplicaba restricciones a la construcción de navios de guerra y a la presencia de submarinos con la intención de impedir una nueva carrera armamentista, tras la devastadora Primera Guerra Mundial que había dejado más de 17 millones de personas muertas. Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia, Alemania e Italia firmaron este acuerdo de desarme aunque de dientes para afuera, pues todos contaban con gran poderío naval para luchar por sus hegemonías nacionales. La segunda elevaba unilateralmente los aranceles estadounidenses a los productos importados, en un intento por mitigar los efectos de la Gran Depresión de 1929. Por supuesto que esta última incomodó especialmente a Japón, porque afectó el comercio que mantenían ambos países (15% de sus exportaciones iban a la Unión Americana), una razón que lo obligó a regresar a la ley de jungla.

El acorazado Arizona arde en llamas y escora por estribor. En su lugar, fue levantado un museo naval para honrar a los más de dos mil marinos que murieron en el hundimiento.

 

Tokio fue invitado a sumarse a la Conferencia Naval, lo cual hizo a regañadientes, pues el almirantazgo nipón consideraba que este pacto le impediría avanzar en su expansión. Pese a haberlo firmado, nunca vio con buenos ojos estas restricciones, motivo por el cual se distanció de Occidente en aras de proseguir con sus propios objetivos estratégicos, así fue que en septiembre de 1931, urdió una invasión a Manchuria que dejó perplejo a Londres y, sin poder hacer nada al respecto.Tres años después, se retiró del pacto y siguió a Hitler por la vía del rearme. En marzo de 1935, el Führer asumió medidas similares y rearmó sin recato a Renania, convirtiendo el Tratado de Versalles en un simple papel sin valor.

El engaño como forma política

Inglaterra buscó imponer acciones contra Tokio a través de la Sociedad de las naciones, pero eso sólo irritó aún más a los militares orientales, que se retiraron de la joven institución internacional: la seguridad de Singapur y Hong Kong, baluartes británicos en Lejano Oriente, quedaba expuesta ntea las ambiciones japonesas. Otras potencias totalitarias como Italia, Rusia y Alemania, que no dudaban en reemplazar los acuerdos internacionales por una Realpolitik actuaban según palabras del historiador Paul Johnson «cuando lo creía cada uno de estos países, se dejaban conducir por su propia visión milenaria. Ninguno de estos estados predatorios confiaba en los restantes; por lo que cada uno apelaba al engaño siempre que podía, además, aprovechaban las depredaciones de los restantes para acrecentar su propio botín y fortalecer su posición» (Tiempos modernos, 764 pp.Editorial Javier Vergara, Argentina, 1989).

Vista de Pearl Harbor durante el bombardeo japonés.

Con esto, la Armada imperial tenía el paso libre para buscar la expansión hacia el sur, hacia las posesiones de los holandeses, franceses y británicos, donde abundaban las materias primas y, sobre todo el petróleo, que tanta falta le hacía. En 1940, Tokio atravesaba por un embargo petrolero decretado por el presidente estadounidense Franklin D. Roosevelt, en represalia a las agresiones japonesas en China, las cuales se habían iniciado desde 1937.

En septiembre de 1940, la tensión entre Estados Unidos y Japón aumentó cuando el ejército Imperial invadió territorio de Indochina, perteneciente a Francia. En represalia, Roosevelt confiscó todos los activos japoneses en su país. Agobiado por el bloqueo yanqui, a Tokio no le quedó otro camino que considerar una ofensiva contra Hawaii para neutralizar a la marina norteamericana y lanzar su campaña en busca de los recursos naturales que requería para consolidar su hegemonía en el Sureste Asiático.

Los militaristas se imponen

En 1941, las negociaciones entre estadounidenses y japoneses fracasaron en su intento por llegar a un arreglo para continuar dotando de crudo a Tokio a cambio de que éste pusiera fin a sus agresiones contra China. Otra de las causas fue que la élite militar imperial se rehusó a abandonar su plan de crear un nuevo orden en Asia .

El cazatorpedero Zero fue crucial en el ataque a Pearl Harbor. Tenía uno de los diseños más avanzados en su momentos.

El mlitarismo nipon se afianzó cuando en 1938 se aprobó la Ley Militar, la cual depositaba todo el poder en manos de generales y almirantes, cuyo consejo estableció el control de la fuerza de trabajo, de los precios, los salarios y de todas las decisiones industriales importantes; es decir, Japón ya vivía en un pleno estado de guerra.

Las condiciones eran idóneas en tablero bélico para desatar las operaciones castrenses, las cuales fueron encubiertas por el Ministerio de Relaciones Exteriores, demostrando que la diplomacia también puede ser usada como elemento estratégico, al mantener discreción respecto a la fecha y hora en que se produciría el ataque. Washington sospechaba que en cualquier momento tendría lugar esa incursión, pero los criptógrafos norteamericanos no habían logrado descubrir el plan.

La diplomacia del silencio

El 7 de diciembre de 1941 a las 13:00 horas, estos habían descifrado catorce mensajes, el último, el más importante, donde se hacía la declaración de guerra, fue entregado por dos diplomáticos de la cancillería japonesa al Secretario de Estado Hull Cordell, minutos después de haber iniciado la operación bélica.

En medio de un silencio absoluto para mantener el factor sorpresa, seis portaaviones, dos acorazados, tres cruceros, nueve destructores, 23 submarinos, cinco minisubmarinos y 414 aviones, habían lanzado el ataque más grande contra Estados Unidos en el Pacífico. Tras dos horas de acción, las fuerzas niponas anunciaban su éxito naval con la clave «Tora, tora, tora«.

Sólo para que lo sepan: En la película Midway del 2019, que sintetiza el ataque a Pearl Harbor, la Operación Dolittle en la que Estados Unidos bombardeó Tokio con aviones B-24 Liberator, así como la batalla de Midway, que fue decisiva para el triunfo norteamericano, se hace mención constante de que la flota y los aviones japoneses eran mejores y más actualizados que las de los estadounidenses. Hay registros históricos que aseguran que un avión Zero derribado cerca de las Islas Aleutianas y recuperado por la armada norteamericana, le permitió conocer sus ventajas y debilidades y crear una aeronave capaz de contrarrestar su efectividad de combate.

Por otra parte, y con base en diversos análisis consultados, se puede concluir que Estados Unidos ya sabía con bastante anticipación (varias horas) que una flota japonesa inmensa iba en dirección hacia Hawaii, así que se prepararon para ser «atacados» y tener el pretexto perfecto para entrar a la Segunda Guerra Mundial. En palabras de José Jorge Nuñez Alba, experto japonólogo de la Sociedad Mexico Japón Asia, «dejaron en el puerto barcos de desecho para que fueran bombardeados y, por supuesto, no le avisaron a su gente, sacrificándolos miserablemente. El «ataque» le dio a Roosevelt el impulso para exigir al Congreso fondos ilimitados para la guerra y poco tiempo después para iniciar el proyecto Manhattan, que generó las bombas atómicas que destruyeron Hiroshima y Nagasaki».

 

Bibliografía:
Paul Johnson, «Tiempos modernos». Javier Vergara Editor, 764 pp. 1989.
Joel Colton. «El siglo veinte. Grandes épocas de la humanidad». Time-Life.176 pp. 1966.