El oscuro deseo del pecado conyugal
La calle a veces es instigadora sobre todo cuando uno está cerca del Centro Histórico de la Ciudad de México. Todo paso lleva siempre a un libro. Y esta vez encontré uno que me llamó la atención cerca de la Plaza de Santo Domingo. Su título es «La vida erótica de la esposa americana», de Natalie Gittelson, un libro escrito por una mujer que en ese entonces era editora de Elle, una revista de temas femeninos y que se dio a la tarea de abrir lo que yo llamaría un «reportaje itinerario» sobre las mujeres casadas en Estados Unidos. ¡Prepárense a lo que los jugadores de casino conocen como un siete, siete, siete!
Su título original «The erotic life of the american wife» pone ya de manifiesto la idea principal del libro: más que analizar, se trata de conocer la situación de la mujer estadounidense dentro del castillo consumista de la Unión Americana; un retrato con base en relatos y comentarios de más de 200 mujeres enmarcadas en el estatus de la vida conyugal.
En todos los casos, el sexo reluce por la opacidad de su encanto. ¿Cómo es esto? Natalie afirma que le llamó la atención que durante unas pláticas hechas con mujeres admiradoras suyas, éstas le pidieron hacer una crónica de la situación que viven en el país de las barras y las estrellas. ¿Es realmente buena? ¿ha sido satisfactoria para quienes entran al matrimonio? ¿La santidad conyugal es una forma de vida que garantiza la estabilidad moral, profesional y… sexual?
Nos vamos de lleno hasta el Capítulo 8
Después de numerosos esfuerzos, una pareja logra la ansiada comodidad de la sociedad gringa, esto es opulencia, estabilidad económica, pero también el tedio de una biología apaciguada. Ambos eran abogados, trabajaron con ahínco para destacar cada uno en su trabajo. El esposo tiene una buena racha de suerte y se mete de lleno a la política. Ella pasa a ser su apoyo moral, su auxiliar destinada a las creaciones públicas de su esposo, el cual desaparece de la escena conyugal ante la gran carga de trabajo que demanda estar en los altos círculos del poder. No se revela el nombre de la esposa, pero ella nos lo cuenta así: «Conseguí la casa de verano, y la furgoneta de lujo, pero Sam estaba ausente, perdido. La ruptura del matrimonio tiene lugar -comentó ella- cuando un hombre comienza a olvidarse de la esposa y su familia porque sus verdaderas emociones han quedado comprometidas en otra parte. Durante algún tiempo, mi marido pensó que podría convertirse en gobernador del estado. Un hombre que alberga esta clase de pensamientos, duerme con ellos, ¿me comprenden?»
El Síndrome de la Buena Esposa
Natalie habla del síndrome de la «Sra. Buena Esposa», esa sensación que hace que normas, leyes, tradiciones o incluso mitos sustenten la vida de pareja. «Sea para bien o para mal -refiere una esposa entrevistada por ella- en los sensuales años de los setentas, la vida erótica se ha convertido en el barómetro del tiempo conyugal. Cuando la atmósfera en la alcoba pierde oxígeno, es mejor olvidarlo definitivamente. La satisfacción sexual es ahora la primera enmienda en la nueva declaración de los derechos de la hembra. ¡Estamos hablando de los años setentas, es decir llevamos retrasados cincuenta años en este país!
Varios otros casos refieren a mujeres atrapadas en la bonanza económica del esposo. «No he tenido el valor suficiente para sacrificar mi comodidad personal -relata otra mujer casada- Esta es la razón por la cual estoy parada, pero aún estoy reflexionando dónde está mi punto de cambio».
El lesbianismo rampante
Llama la atención los testimonios recabados por la escritora sobre el cansancio sexual del matrimonio, que pudo haber sido responsable del nutrido lesbianismo de muchas mujeres en esa década considerada como la Gran Búsqueda de la Identidad femenina. «Las mujeres heterosexuales ni siquiera comprenden el significado de la satisfacción real -decía una mujer convertida al lesbianismo- en menos de un año he descubierto que los hombres son muy limitados como amantes. Las mujeres cuidan una de otra, se esmeran, se sacrifican. Sus relojes funcionan al mismo tiempo, no dan todo por terminado tras el primer desahogo de celo (llámese eyaculación)».
De hecho, la autora refiere que algunas esposas pregonaban que sus maridos encontraban sus alianzas lesbianas sexualmente provocativas, más que desalentadoras.
Pero ahora veamos un caso desde la perspectiva masculina. «Mi esposa me impulsó a mí a casarme con ella. Durante algún tiempo, la cosa pareció ir bien. Ella obtuvo lo que quería y yo quedaba complacido… lo suficiente. Pero en algún momento a lo largo del camino se le aflojó un tornillo en su cabeza. Ahora se pasa todo el tiempo maldiciendo el trato que ella misma barajó y sirvió. Dice que se siente frustrada y que quiere ver a un siquiatra. ¿Quién le echó el lazo a quién?, le preguntó a ella».
La píldora anticonceptiva
Sólo para ir aterrizando el libro, les dejo con las opiniones recabadas por la periodista respecto al milagro ocurrido de la creación de la píldora anticonceptiva. Aunque este descubrimiento fue considerado por las mujeres como el pasaporte al continente del placer, muy pronto esa simple pastillita cambió de apreciación para ubicarse como un instrumento más de la insatisfacción sexual.
Así nos lo describe:
«En la fiesta de Lily, la píldora de control de nacimiento aportó otro titular agorero en el periódico de la mañana que decía que las mujeres podían sufrir ataque cardíaco y trombosis debido al exceso de cortisol, una sustancia que produce coágulos en la sangre. Comprobamos rápidamente que casi todas las esposas presentes en la sala hacían uso de la píldora, fue cuando me pregunté porqué ellas se estarían jugando la salud y la vida en una ruleta de la contracepción oral siete días por semana».
Aunque la llegada de la píldora trajo consigo un aliento de sexo desenfrenado, nada más lejos de la realidad, pues ésta no garantizaba que hubiera más intimidad con el ocupado esposo de todos los días. Vean esto que dice Natalie: «Pero había tantas mujeres que la usaban y la respuesta me llegó a la mente: la usaban como una especie de talismán para invocar la magia de la sexualidad allá donde poca cosa pueda tal vez existir realmente. Maridos que -aparte de un besuqueo en la mejilla y una palmada en el trasero- no han abrazado a sus esposas durante años persisten frecuentemente. Estas mujeres toman la píldora prácticamente impulsadas por la fe o la esperanza o las costumbres. Muchas jóvenes que todavía no han visitado ninguna cama, salvo la propia, transportan cajitas de píldoras en sus bolsos con los indicadores colocados para el día adecuado».
Nos adelantamos unos párrafos y encontramos la opinión de otra esposa anónima que nos ilumina con su opinión: «En realidad, la píldora no tiene nada que ver con el sexo. Yo la tomo porque para mí significa que por primera vez en mi historia, soy libre. Ser la dueña de mi propio cuerpo bien vale por unos pocos años piojosos en el terminal erróneo de la vida, si a esto se ha de llegar».
Sobre el libro
La prosa de Natalie Gittelson es una delicia que bordea las cálidas imágenes eróticas que impiden dejar el libro con una lectura a medias. En no pocas ocasiones, hasta la excitación puede darse el lujo de aparecer en forma de claro morbo exigiendo permanecer en la lectura hasta acabar los recuentos testimoniales, que son muy diversos y breves; algo que hace salir la incitación por devorar la siguiente página.
En una segunda parte que haremos de este libro, nos encontraremos con las cosas que la sociedad estadounidense de los setentas hacían para reavivar el fuego sexual del matrimonio: desde el voyeurismo complaciente e insinuante, el lesbianismo consensuado, el intercambio de parejas, la tendencia swinger, el teatro íntimo con adopción mental de personajes de amigos cercanos enamorando a la mujer propia, saliéndose de la rutina del esposo fatigado y aburrido de las telarañas de la alcoba.
Natalie Gittelson. «La vida erótica de la esposa americana». Editorial Grijalbo.1974, 434 pp. Adquirido en 20 pesos, con librero de a pie en la Plaza de Santo Domingo, Ciudad de México. (Páginas ásperas por el tiempo que le dan su inigualable olor a viejo, lo que da el efecto transportador hacia la década de los setentas).