El mexicano, hijo de la «rajada»

Acabamos de pasar el Mundial de Rusia 2018 con una gran decepción nacional. Nadie quiere hablar de la cantinflesca presentación del cuadro verde, quienes lucieron débiles ante Suecia y Brasil, con un futbol en abierto recuerdo al trauma del «Jamaicón» Villegas. Ya estamos en las fiestas patrias, donde quién sabe de dónde nos surge el envalentonamiento nacionalista. Esto viene al caso por la cuestión de los prejuicios del mexicano y su imposibilidad de manejar todo ese «almacén» de problemas sicológicos y sociohistóricos que le han afectado desde su dramático mestizaje con el conquistador español.

En esta ocasión Bibliotecalle se va directo hacia la herrumbre que existe en la consciencia del mexicano, a partir de su realidad como un ente biológico surgido de una contradicción cultural y de la violenta asimilación colonial. En su libro: «El mexicano: psicología de sus motivaciones», Santiago Ramírez, un importante psicoanalista de producción nacional, establece no el encuentro sino el «encontronazo» que se produjo entre el español peninsular conquistador y el indígena sojuzgado. Este vivía como si su mundo fuera único y nunca esperó que existiera algo más allá de sus litorales mitológicos, hasta que un día el invasor llegó a pisar con su «planta su tierra». La vida cambió con la llegada de estos «extraterrestres» (siguiendo la alusión de Stephen Hawking, en referencia a los aliens: «Si los extraterrestres nos llegan a visitar, creo que el resultado sería muy parecido a como cuando Cristóbal Colón llegó a América, lo que no terminó muy bien para los indígenas»).

Creo en lo particular que esta declaración del físico británico exhibe con claridad al mexicano en una cirugía psicohistórica con un gran corte en la médula del racismo vivencial y atrapado en la frustración del ente dominado; un individuo que nace vencido a través de la vagina indígena, es decir, la rajada de su cultura (dicho por el autor que nos concierne).

«La valoración que hizo el español de la mujer indígena fue negativa, él apreciaba sus protoimágenes en todos los órdenes; lo que encontraba en la tierra de la conquista, así admiraba el olivo, la vid y todo aquello que significativa o simbólicamente representara su pasado. La mujer es devaluada en la medida en que se le identifica con el conquistador, lo dominante y prevaleciente», dice el escritor en las páginas iniciales del libro.

Y continúa…

«La mujer es objeto de conquista y posesión violentas y sádicas, su intimidad es profundamente violada y hendida». Santiago fundamenta esto con un pasaje de Octavio Paz que lo dice más claramente: «las mujeres son seres inferiores porque, al entregarse, se abren. Su inferioridad es constitucional y radica en su seno, en su «rajada», esa herida que jamás cicatriza… toda abertura de nuestro ser entraña una disminución de nuestra hombría. (!Cómo la ven desde ahí, amigos! ¿Acaso no estamos viendo el origen del albur como una frustración por la plena violación femenina original, incapaz de reaccionar en una rebeldía física, pero potente en un lenguaje procaz que busca decir sin que se evidencie el mensaje?). En un claro temor a que el amo entienda la interpretación y por consiguiente castigue la temeridad sexolinguístico: un reto pusilánime a la tragedia histórica.

Para Santiago Ramírez, esa tendencia a procurar un trasfondo de hombría, que no sólo se oculte si no que salga con fuerza cuando lo desea, es lo que define como el machismo que no es otra cosa sino la inseguridad de la propia masculinidad o como él mismo lo llama «el barroquismo de la virilidad». La indígena fue obligada a ser madre sin esposo, pues el que la embarazó es un potentado peninsular o colonial que en esa acción expresa su poderío. El ADN que al parecer la madre india le transmite a su hijo, ajeno a una presencia paterna, es la negación de la esencia primogenia indígena, de lo que rehuirá encubriéndose en situaciones o aspectos donde pueda introyectar una hombría por banal o escasa que sea.

«Los grupos de amigos siempre serán masculinos, las aficiones y juegos serán de «machos», en el mundo social y emocional se excluye a la mujer, la vida social es relevantemente masculina, los contactos con las mujeres siempre estarán dirigidos a afirmar la superioridad del hombre.», señala el escritor, abriendo la máscara del machismo nacional. «En su lenguaje recurrirá a formas procaces considerándolas como «lenguaje de hombres», hará alarde de la sumisión que las mujeres tienen para con él; en su conversación y en sus expresiones actuará en forma muy similar a la del inseguro adolescente que fantasea con todo aquello que le produce ansiedad, sobre todo en materia sexual».

Según el sicólogo mexicano, de aquí surgen expresiones como «vieja el último», «dame a tu hermana», «cuñado», cuya connotación es abiertamente agresiva. Una vista hacia el niño, quien se desarrolla bajo estas expresiones es la siguiente: «Cuando el niño mexicano se hace hombre tan sólo encuentra seguridad repitiendo la conducta de su padre, en la relación con su esposa e hijos y agrediendo contra todo aquello que simbolice su interacción primitiva en relación con su progenitor».

Vean esto…

«En sus relaciones con los demás elude a la mujer, los actos que las simbolizan y los sentimientos que las representan; cuando nos acercamos a un centro nocturno del bajo mundo, encontramos para nuestra sorpresa la escasa relación entre el hombre y la mujer; el acercamiento tan sólo es físico en el momento del baile, tan pronto termina, las parejas se separan para de nuevo ocupar su sitio en el bando respectivo. El intercambio de ideas, de sentimientos y de pareceres es nulo. Actúa el mexicano n este orden de ideas como el niño de 10 o 12 años que únicamente se organiza en grupos de «hombres». Ser «vieja» es una vejamen.

Nuevamente, el autor cita a Octavio Paz quien aclara aún más lo anterior diciendo: «El mexicano puede doblarse, humillarse, agacharse, pero no rajarse, esto es, permitir que el mundo exterior penetre en su intimidad. El rajado es de poco fiar, un traidor o un hombre de dudosa fidelidad que cuenta los secreto y es incapaz de afrontar los peligros como se debe».

Y ya sólo para afinar detalles sicomorfológicos, la comunidad entre hombres, en las que suele «ser muy macho», va de lo suave cuando está con hombres a lo agresivo cuando le alguien le dice «soy tu padre», pues sólo puede aceptar que le digan hermano, amigo o pariente, pero «ser padre de alguien» conllevará a riñas y discordias, e incluso a la muerte.

Dejaremos una segunda parte para presentar el estudio de Santiago Ramírez respecto a la fase del mexicano y su relación con otro de sus problemas sociohistóricos: Estados Unidos y los gringos.

«El mexicano. Sicología de sus motivaciones», Santiago Ramírez. Monografías sicoanalíticas. 271 pp. Editorial Pax. México. S.A. 1970.
Comprado en 20 pesos en el tianguis literario de Balderas.