El ataque a Pearl Harbor, bajo la visión de Salvador Borrego

El ataque a Pearl Harbor no fue un éxito, sino un error para Japón. Al menos así lo pensaba el escritor mexicano ya fallecido Salvador Borrego en su libro Derrota mundial, publicado en 1974. Para él, la falla se debió tanto a la trampa que Estados Unidos le había urdido para incitarlo a bombardear su base naval como a la descoordinación estratégica que mostró al no respetar el acuerdo con Alemania de atacar conjuntamente a la Unión Soviética; factor que consideraba importante para ganar la guerra.

La visión de Borrego llama la atención por tratarse de una perspectiva diferente y ajena a la que hemos visto en las películas hollywoodenses, y que ha considerado el hecho como un ataque infame contra uno de sus enclaves marinos estadounidenses más poderosos en el Pacífico. Además de hacerse destacar como la víctima que después logró sobreponerse a una potencia superior.

La versión

Entremos pues a la versión de Borrego, considerado como uno de los mejores analistas e investigadores de la Segunda Guerra Mundial, sobre todo de las estrategias alemanas. En 1940, Japón enfrentaba un boicot mediante el cual Washington le confiscó sus activos económicos en represalia por los ataques lanzados contra China y la ocupación de Manchuria, Tokio vio mermada su capacidad financiera por lo que sólo estaba en espera de un momento propicio para lanzar su campaña de expansión militar..

Durante los años treinta, el militarismo japonés venía haciendo alarde de su sistema de disciplina y eficiencia táctica basados en la herencia samurai. El 25 de noviembre de 1936, Berlín y Tokio firmaron una alianza conocida como Pacto Anti-Comintern «para la defensa de la civilización europea contra el movimiento bolchevismo». Esto lo hicieron cuatro años antes de crear la Alianza del Eje en 1940.

El objetivo era atacar a la URSS y cercarla desde el occidente europeo con las tropas germanas y por el Pacífico y Manchuria, por las huestes niponas. La captura total del país de los soviets les hubiera aportado todos los recursos que ambos necesitaban, especialmente el petróleo, para imponerse en una guerra donde los Aliados, contrariamente, sí supieron trabajar como un verdadero equipo de combate o, por lo menos, como excelentes instigadores.

No era Pearl Harbor, sino la URSS

Hitler había centrado su lucha contra los soviéticos principalmente para acabar con el bolchevismo, en el cual se refugiaban, según afirma Borrego, dirigentes judíos que habían desvirtuado la lucha del verdadero pueblo ruso y ocasionado el divisionismo en la mayoría de los países de Europa.

El plan ya estaba trazado, pero Tokio reevaluó la situación que prevalecía en 1941. Por un lado, vio que los alemanes habían puesto fuera de combate a más de 300 divisiones soviéticas al lanzar la Operación Barbarroja, mientras por el otro, Londres concentraba sus fuerzas contra Rommel en el norte de Africa y Roosevelt destinaba la mayor parte de su producción bélica para ayudar a ingleses y soviéticos. Tokio vio una oportunidad y la tomó sin pensarlo más.

«En vez de atacar a la URSS y cumplir así su alianza antibolchevique, Japón obró egoístamente y prefirió ocupar posesiones norteamericanas, británicas y holandesas que se hallaban casi desguarnecidas», dijo Borrego. «En vista de los preparativos nipones para esa aventura, Stalin pudo retirar la mayor parte de sus tropas de Siberia y enviarlas en noviembre de 1941 al frente de Moscú para contener a la maquinaria militar germana».

El Eje sólo fue una consideración teórica

Este aspecto confirmó para el escritor que la llamada Alianza del Eje, en realidad, existió sólo en teoría pero nunca bajo la firmeza de un bloque cohesionado.

Matsuoka y Hitler en Berlín.

En momentos como estos, la armada japonesa no pensaba en otra cosa sino en conseguir los recursos que le hacían falta para lanzar su campaña militar. Fue asi que en lugar de respetar sus compromisos estratégicos con Berlín prefirió lanzar su invasión hacia el Pacífico Sur, empezando por atacar a Pearl Harbor.

Borrego refiere en su obra que la ofensiva nipona del 7 de diciembre de 1941 contra la base naval estadounidense fue algo que los jefes políticos y militares alemanes no se esperaban, pues, como lo mencionamos arribas, ya existía un acuerdo germano-japonés firmado entre Adolf Hitler y el ministro de Relaciones Exteriores nipón, Yosuke Matsuoka, a principios de ese mismo año.

También refiere que Matsouka defendió el pacto, pero fue destituido por los militares japoneses quienes prefirieron cambiar el frente y lanzarse contra Pearl Harbor una acción que, según el escritor mexicano, fue alentada por una organización israelita bajo el patrocinio de Rockefeller.

La instigación judía

«Como Alemania no atacaba a Norteamérica ni le hacía ninguna demanda y tampoco le dañaba ninguno de sus intereses, Roosevelt seguía tropezando con dificultades para intervenir íntegramente en la guerra, en favor de la URSS. Fue entonces cuando se hicieron esfuerzos secretos a fin de persuadir a Japón de que Estados Unidos tenía puntos débiles en el Pacífico y que le sería más fácil ganar allí que en Rusia», escribió el también analista estratégico..

Lo más curioso de esto fue que el propio Roosevelt pidió a Japón que, «en bien de la paz», diera garantías de no atacar a los soviéticos. Esto lo hizo 48 horas después de que Berlín había lanzado su operativo antibolchevique. Mes y medio después y sin motivo alguno, el mandatario estadounidense traicionó el acuerdo al  confiscar a Tokio sus valores depositados en Estados Unidos, y al ordenar la suspensión de las entregas de petróleo al país oriental. Para rematar, en noviembre de 1941 pidió ante el congreso el fin de las negociaciones diplomáticas entre ambos países.

Borrego señala que esta herida al orgullo japonés fue lo que despertó la ambición del almirantazgo y los alentó a caer en la trampa de atacar la famosa bahía norteamericana para que Stalin pudiera desplazar sus tropas del Pacífico hacia el frente occidental. De igual forma, permitió a Estados Unidos encontrar el pretexto adecuado para ayudar a los soviéticos y además forzar la división del bloque del Eje. Su estrategia se había consumado perfectamente.

Aviones se preparan para una segunda oleada de ataques desde el portaaviones Akagi

En todo momento, Estados Unidos manejó la versión de que las tropas y la armada japonesas estaban mejor equipadas que las suyas, pero para analistas como Borrego, ésta es una actitud muy norteamericana que consiste en engrandecer al enemigo para después derrotarlo y dar la impresión de que se sobrepuso a un contrincante muy poderoso. Aunque la declaración de guerra estaba dirigida más hacia Japón, Roosevelt por supuesto incluyó a Alemania e Italia, aunque estos no le hubieran hecho ningún daño, sólo por ser aliados de Tokio en un Eje, que sólo fue concepto, nunca una realidad

«Fue así como el pueblo norteamericano se vio forzosamente mezclado en una guerra que jamás había querido. Los instigadores hebreos de la contienda europea se ocultaban tras la sangre de los 3 mil 304 nortemaericanos muertos en Pearl Harbor», refirió Borrego. También señaló que esta instigación fue realizada por el Consejo de Relaciones Exteriores en el congreso estadounidense, el cual apoyó económicamente a los espías judíos que indujeron a Japón a atacar Estados Unidos.

Asimismo, reveló que el almirante norteamericano Robert A. Theobald reconoció que la flota del Pacífico fue intencionalmente debilitada y anclada en Pearl Harbor, en ostensible pasividad y desprevención, para servir de  anzuelo y atraer el ataque sorpresa por parte de Japón. Agregó que Roosevelt sacrificó a los 4 mil 575 norteamericanos muertos o heridos en Pearl Harbor, además de las 18 unidades navales hundidas o dañadas y los 177 aviones destruidos.

Portaaviones Akagi

¿Y si Japón no hubiera caído en la trampa?

En este caso, Borrego asegura que las fuerzas japonesas eran insuficientes para una campaña en los vastos espacios del Pacífico, dispersadas a 5 mil kilómetros de sus bases terrestres, pero en Siberia hubieran ganado mayor concentración de fuego -con abastecimientos seguros- para atraer y derrotar por lo menos a 50 divisiones soviéticas. Su esfuerzo se hubiera coordinado con la del ejército alemán.

También presenta los testimonios del general estadounidense Charles A. Willowghby, jefe del Servicio Aliado de Inteligencia en Tokio, quien declaró que el Instituto de Relaciones en el Pacífico (creado por Rockefeller) empleó la red de espías de Richard Sorge ayudado por el judío «Makov» del Ejército Rojo, para hacer que Japón desistiera de atacar a Rusia y se lanzara contra Pearl Harbor, que curiosamente estaba desguarnecido. Señala también que los espías conocían con exactitud la fecha y la hora en que se produciría la ofensiva nipona. «la obra de los agentes de Rockefeller fue un fantástico quite en beneficio del poderío israelita de Estados Unidos que le hizo al toro japonés para favorecer al marxismo judío de la URSS», puntualizó.

Bibliografía
* Salvador Borrego, Derrota mundial, E.38 edición, 636 pp. México, 1933.
* David Thomson. Historia mundial de 1914 a 1968, Fondo de Cultura Económica. 1980, 269 pp.
Fotos: Wikipedia. Ataque a Pearl Harbor.